Entrando por Ha Tien, donde me siento extraterrestre
Antes de cruzar la frontera de Camboya a Vietnam escucho algunas voces advirtiéndome de la antipatía de los vietnamitas, demasiado “business-minded”. Sin embargo, con el tiempo me he dado cuenta de que, aunque está bien tener en cuenta la opinión de los demás, siempre es mejor comprobar, ver y sentir por uno mismo que creer lo que te cuentan. Así que, a pesar de ser el visado más caro que he tenido que pagar (63$/53€), decido visitar un país que, desgraciadamente, es más conocido por la guerra con Estados Unidos que por otras muchas cosas.
Sorprendido, en Ha Tien, el primer pequeño pueblo de Vietnam después de dejar Camboya, compruebo que la gente está tremendamente feliz de ver a un extranjero pasearse por sus calles. Los niños se paran y me observan, puede que sorprendidos con mi barba, con cara de tremenda incredulidad, y en los bonitos templos y lagos me topo constantemente con vietnamitas sonriéndome, devolviéndoles yo la sonrisa y saludándoles de paso. Aunque el pueblo es precioso y la gente encantadora, Vietnam es un país larguísimo donde se pierden muchos días viajando, y como “sólo” dispongo de un mes de visado, al día siguiente cojo mi primer autobús local rumbo a Can Tho, en el famoso delta del Mekong.
Conducción suicida vietnamita y el delta del Mekong
Si ya me sorprendieron los conductores locales camboyanos, los vietnamitas son sin duda los más “locos al volante” del sureste asiático.
Durante el trayecto, de unas 3-4 horas, no consigo estar tranquilo ni un momento, ya que el autobús pasa a milímetros de otros autobuses, coches, motos, etc., haciendo sonar el claxon más de una vez por segundo y frenando bruscamente sólo cuando está a punto de chocar.
Nota: en Vietnam se toca el claxon no para evitar un accidente, si no para avisar de que pasas, y el primero que pita tiene prioridad, normalmente siendo el vehículo más grande.
Aunque los vietnamitas parecen estar acostumbrados, la tensión es máxima también para la otra occidental que viaja en el autobús, pero al bajarnos en Can Tho por fin respiramos aliviados. Allí conocemos a otros viajeros con los que, en un tour organizado, descubrimos los mercados flotantes y canales del delta del Mekong.
Los curiosos mercados son el día a día de muchas familias de la zona, y consisten básicamente en barcos de todos los tamaños en el Mekong desde donde, de 5 a 9 de la mañana, se compran grandes cantidades de frutas, hortalizas, mariscos o bebidas que luego son vendidas en tiendas o puestos de comida callejera.
Lo interesante llega después, cuando nos adentramos en los espectaculares canales, que están repletos de palmeras, frutas silvestres y vegetación selvática creciendo desde el mismo río, y lo único que se oye es el rumor de las hojas de los árboles, el canto de los pájaros y, por desgracia, el motor de nuestro barco cuando está en marcha.
Ho Chi Minh City, la ciudad de las motos
Saigon, rebautizada como Ho Chi Minh City recientemente (ver quién fue Hồ Chí Minh aquí), es la ciudad más grande del país y mi próximo destino. Caos absoluto. Más motos que personas. Son frases que oí una y otra vez antes de ir a Ho Chi Minh y puedo corroborar que es totalmente cierto.
La cantidad ingente de motos en las calles contrasta con la de coches, con un ratio de 15-20 motos por coche, pero lo que más me sorprende es la capacidad de los motoristas de evitar accidentes, con maniobras de escándalo y un dominio del claxon extraordinario.
La historia de esta ciudad, así como también del país, es tremendamente rica (tristemente sólo conocida por la guerra), cosa que compruebo nada más llegar visitando los museos de los túneles de Cu Chi, donde se escondieron los soldados del Vietcong para preparar su ataque contra los americanos en la guerra, y “War Remanants”.
Aunque es cierto que en el segundo todo está expuesto para que Estados Unidos quede como el malo de la película, al investigar un poco sobre el tema me doy cuenta de que cometieron muchísimas más atrocidades que Vietnam. Cifras de unas 3 millones de víctimas vietnamitas (2 millones de civiles) por 70.000 soldados estadounidenses en el periodo 1959-1975 hablan por sí solas.
Además de las víctimas mortales, también utilizaron métodos brutales como bombas napalm y agente naranja, condenando a muchas familias supervivientes a sufrir malformaciones hereditarias y a cosechar campos de cultivo contaminados de minas “antipersona”.
Como ya hice con el Genocidio Camboyano, recurro a los documentales de John Pilger (reportero de guerra que viajó a Vietnam varias veces durante el conflicto) para darme cuenta de la magnitud de la catástrofe para Vietnam, de la obsesión de Estados Unidos por el control, y de lo absurda que fue aquella guerra (como lo son la mayoría).
Las espectaculares dunas del desierto, en Mui Ne
Llego a Mui Ne, una bonita ciudad costera al este de Saigon, y me doy cuenta de que es una ciudad “colonizada” por rusos, como algunas otras ciudades vietnamitas ya que los carteles de los hoteles y restaurantes están en ruso, y hasta los trabajadores locales hablan el idioma.
Famosa por el kitesurf, yo lo evito al ver los precios desorbitados que piden, y me voy directo a las dunas, el símbolo de la ciudad.
A pocos metros de llegar me esperan multitud de niños intentando llamar mi atención, incluso gritando, para que aparque la moto en una tienda y cobrarme por ello, o alquilarme una tabla hecha de plástico para surfear las dunas. Se trata de otro síntoma más de la mentalidad de negocios de los vietnamitas, “formando” a sus hijos desde bien pequeños.
Me esperaba poco, por no decir nada, de esas dunas, pero al llegar con mi moto alquilada y ver el paisaje alucino… Un bonito riachuelo separa la vegetación a un lado y el desierto en el otro, y mientras camino por las arenas de un minidesierto tengo la sensación de estar en el Sáhara, pues lo único que veo es arena y más arena siendo moldeada por el viento que sopla formando las dunas por las que camino.
Cuesta creer como en un país tropical como Vietnam puede haber este espectacular paisaje desértico.