Después de pasar un fantástico día en una aldea perdida en las montañas por el norte de Tailandia, me toca levantarme pronto para cruzar por primera vez una frontera terrestre rumbo a Laos, uno de los países más pobres de Asia.
La zona fronteriza entre Tailandia y Laos está separada por el río Mekong y las dos ciudades por donde cruzo están a sólo unos de 10 minutos de distancia, pero la burocracia hace que permanezca “en tierra de nadie” durante dos horas, rellenando papeleo y pagando el visado.
Las fronteras no dejan de ser un sitio muy curioso por los personajes que hay en ellas y todo la corrupción que hay, ya que cobran por todo!
Una vez en Huay Xai, el primer pueblo de Laos, decido pasar una noche allí y aprovecho para visitar su único templo donde me cruzo con unos monjes de 10 y 14 años respectivamente deseosos de practicar su inglés, explicándome de paso su forma de vida, que es extremadamente casta ya que no pueden ni siquiera tocar a una mujer.
Después del agradable encuentro con los pequeños monjes, es hora de descubrir la mejor cerveza de Laos (y puede que de todo el sureste), la Beerlao, símbolo de un humilde y pacífico país que ha sufrido varias guerras aún sin ser protagonista, cuya entrañable y curiosa cultura de aprovechamiento de los restos de las bombas americanas de la Guerra de Vietnam me deja a cuadros.
También llama la atención en Laos que la mayoría de la población (en concreto el 80%) se dedica a la agricultura de subsistencia, y que hay banderas comunistas por todos lados.
Dichas banderas comunistas son realmente más un símbolo de la alianza del bloque posguerra de Vietnam, y es que países como China, Corea del Sur, India y Vietnam están llevando a cabo proyectos de construcción de infraestructuras: carreteras (que brillan por su ausencia o por su pésimo estado) y puentes.
En otras palabras, el capitalismo se abre paso en la perla del Mekong, río que cruza el país de norte a sur.
Luang Prabang, patrimonio de la humanidad
La parada lógica al entrar por el norte del país es Luang Prabang, la cuidad más famosa y patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
El centro de la ciudad, repleto de turistas y templos, es característico por la herencia de la arquitectura colonial francesa, pero lo que a mí me fascina son sus alrededores, que están llenos de vida rural.
Dos excursiones en moto me llevan a las cataratas de Kuang Si (espectaculares pero abarrotadas de rusos sobretodo, que empiezan a estar por todas partes) y a las cuevas de Pak Ou, lugar de peregrinación donde los fieles dejaban figuritas de buda.
Después de visitarlas habiendo cruzado el Mekong en barco, vuelvo al sitio donde había aparcado la moto, una pequeña aldea rural de cuatro casas, y cuando estoy a punto de cogerla veo que hay una mujer de unos 30 años con un niño en brazos bailando, porque hay un enorme altavoz a su lado con música laosiana sonando a todo trapo.
Instintivamente compro una beerlao, me pongo a bailar con la mujer y en pocos segundos veo como de repente se acerca una manada de niños y adultos locales uniéndose a la fiesta.
Aunque no nos entendemos con palabras, nos comunicamos con lenguaje no verbal bailando, riendo y cantando.
Puede que bailáramos durante una hora, no lo sé, y es que lo mágico del momento hace que pierda la noción del tiempo por completo, de hecho cuando quiero darme cuenta está a punto de anochecer.
Las caras de esos niños que mientras me iba me perseguían riendo como si no hubiera mañana no se me olvidarán nunca…
Vang Vieng y Vientián, quizá la capital más tranquila del mundo
Siguiendo el itinerario típico viajero, mi próximo destino es la fiestera Vang Vieng, antes tristemente famosa por las personas fallecidas haciendo Tubing.
Recientemente fue reconvertida en una ciudad “sostenible” turísticamente donde las actividades más famosas son excursiones a cuevas, cascadas, escalada o simplemente visitar los alrededores llenos de campos de cultivo, gallinas, vacas o caballos salvajes entre otros.
Después de pasar fin de año con gente que conocí precisamente el mismo día de nochevieja en Vang Vieng, el uno de enero un bus me lleva a la capital de Laos, Vientián, seguramente la capital más tranquila de Asia, y del mundo.
A pesar de que se ven una gran cantidad de oficinas y edificios administrativos de tamaño considerable, en calles y parques no hay apenas tránsito de personas y vehículos, y es algo que llama mucho la atención tratándose de la capital de un país.
Si bien es cierto que en Laos, a diferencia del resto de países del sureste, la mayoría de los poco más de 6 millones de habitantes vive en zonas rurales y montañosas, sobretodo a lo largo del Mekong. Puede que al estar tan despoblada tenga un encanto especial.
Los templos, mientras en Tailandia suelen estar repletos de turistas, en la capital laosiana no hay casi nadie, y eso permite charlar con los monjes tranquilamente.
No sólo eso, sino que, aprovechando el paso del Mekong por la ciudad y la abundante vegetación salvaje, la atmósfera que se crea durante los atardeceres (también en Luang Prabang), es espectacular.
Pakse y Don Det (4000 islas), la esencia de Laos
Con el GPS dirección sur, en la ciudad de Pakse visito un bonito templo budista que también es una escuela donde enseñan a los monjes a ser monjes, valga la redundancia.
Además hay unas ruinas del Imperio Jemer (segundas en importancia detrás del complejo de Angkor, en Camboya), que están siendo restauradas gracias a financiación India y donde, como no podría ser de otra manera, las vacas salvajes campan a sus anchas.
Precisamente en Pakse oigo el rumor de un interesante lugar, ya en la frontera con Camboya, llamado 4000 islas y en concreto una de ellas llamada Don Det.
Resulta ser una zona donde el Mekong se bifurca dando lugar a un archipiélago de islas llenas de verde, animales salvajes y familias viviendo como hace décadas, de la caza y la pesca, pero con guest houses llevadas por ellas mismas, que forman un escenario impresionante.
Llegado a Don Det, una excursión en kayac me lleva hasta las cataratas de Khone Phapheng, las más grandes del sureste asiático, y paseando en bicicleta o a pie contemplo probablemente la auténtica esencia salvaje y rural de Laos: densa vegetación, mujeres lavando la ropa en el río y sus hijos bañándose en pelotas, cerdos, gallinas, patos, cachorros de perros y gatos (a veces incluso recién nacidos), alguna que otra serpiente, y ni un camino asfaltado, aunque me temo que el pueblo en breve empezará a modernizarse por el creciente turismo de masas.
Mientras tanto, disfrutar de los atardeceres en este idílico paisaje junto al Mekong no tiene precio.