Durante mi última semana en Tailandia conduje por primera vez una moto (no, en España no había llevado nunca una) y estuve unos días en Pai, un pequeño pueblo que se encuentra a 4 horas y 700 curvas de Chiang Mai, y que todo el mundo recomienda por su tranquila atmósfera.
A no ser que alquiles una moto y visites los bonitos pueblos de las montañas de alrededores o te pierdas por la jungla, te quedas atrapado, ya que lo único que hay son los mercados de las dos calles principales.
De vez en cuando está bien quedarse atrapado en lugares como este donde se pueden intercambiar experiencias con otros backpackers, y hay que reconocer que para relajarse y desconectar tiene su encanto.
Después de Pai fui a Chiang Rai, la ciudad más conocida de la zona norte fronteriza con Myanmar.
También es una ciudad tranquila donde hay un Night Bazar con artesanía local muy interesante, y dos lugares imprescindibles: la Casa Negra y el Templo Blanco.
La Casa Negra es más bien un conjunto de casas muy curiosas de arte surrealista con animales disecados, huesos, calaveras… la amas o la odias, a mi me encantó. En cuanto al Templo Blanco, se trata del templo más espectacular de toda Tailandia sin ningún tipo de duda, aunque está siendo restaurado en la actualidad.
Opio, té y rumbo a Mae Salong, pueblo tribal
Apurando mis últimos dos días antes de cruzar la frontera a Laos decidí alquilar una moto para hacer kilómetros hacia el norte, donde pude visitar el Triángulo de Oro, que cubre montañas y los ríos Mekong y Ruak, además de unir tres países: Tailandia, Laos y Myanmar.
Toda la zona fronteriza, Triángulo de Oro incluido, es famosa por la producción y tráfico de opio, que se ilegalizó hace unos años pero el tráfico sigue muy activo (a mi de hecho me ofrecieron varias mujeres de pueblos rurales).
Después del triángulo de oro descubrí casi por casualidad y guiándome por unas señales que vi por la carretera una espectacular plantación de té.
Aunque no entraba en mis planes, estaba tan impresionado por la plantación que no tuve más remedio que quedarme allí durante un buen rato pasmado contemplándola.
Ya al día siguiente y levantándome pronto, decido poner rumbo a Mae Salong, un pueblo del noroeste a más de 100km de distancia de Chiang Rai con tan sólo un par de guest houses que, por lo que leí en un blog, visitarlo es interesante ya que es el hub de varios pueblos tribales.
Buscando el pueblo perdido en las montañas…
Quería llegar al pueblo de Mae Salong pronto porque estaba lejos y perdido entre montañas y no había ninguna indicación.
Incluso me estuve a punto de quedar sin gasolina y tuve que repostar en una “tienda” donde tenían la gasolina almacenada en botellas de coca cola y, aunque nadie hablaba inglés y no sabía ni siquiera si la gasolina que tenían era la adecuada, finalmente la surrealista situación terminó bien: pude rellenar el depósito y continué mi ruta!
No me podía ni imaginar lo que me iba a pasar unos minutos después de llegar a Mae Salong…
Más de dos horas de carreteras de montaña después y buscando el dichoso pueblo, llego y me doy cuenta de que hace muchísimo frío, me pongo la chaqueta y voy a un puesto de artesanía donde me encuentro con una señora con los dientes de color rojo-negro.
Ella decide hablarme como si la entendiera perfectamente, le digo que no hablo thai y ni siquiera entiende mis “sawadikrap” o “kopkunkrap” (hola y gracias), ya que tampoco ella habla thai.
Mientras tanto, se me acerca un matrimonio local cuya mujer (que habla algo de inglés) me dice que la señora del puesto es de la etnia Akha y sólo habla su propia lengua.
Como lo que tiene me parece muy curioso, acabo comprándole como souvenir un artilugio extraño para beber de decoración y me hago una foto con la mujer Akha.
La situación se vuelve más interesante aún cuando, preguntando a la mujer que me ayudó sobre las tribus locales, ella y su marido deciden invitarme a su aldea.
Un extranjero, o «falang» en una aldea tribal
Conducen una furgoneta tipo pick-up y les sigo por un camino de cabras aún más arriba en las montañas no sin dudar, haciéndome preguntas tipo: “¿porqué estoy siguiendo a esta gente que acabo de conocer?, ¿será una trampa para robarme?”
Sigo hacia adelante en gran medida porque no tenía motivos para desconfiar de los Thai, ya me demostraron con creces lo honestos y hospitalarios que son.
Y en esta ocasión, no iba a ser menos. Llegamos a la aldea, que estaba en un lugar más remoto imposible, y lo primero que veo es que me acogen en su humilde aunque relativamente moderna casa y me invitan a café, que ellos mismos producen, que de hecho es a su vez el negocio que tienen con Chiang Rai, a quien venden la mayor parte de su producción.
Tienen varias plantas, una máquina con la que separan el fruto del grano y unas plataformas hechas de bambú para dejar que el grano se seque en una rejilla durante varias horas.
Para agradecerles el café, me pongo a ayudarles en el procesado del fruto del que se obtiene el grano. A pesar de que existe ese negocio, en la aldea tribal viven solamente 48 personas y la mayoría de casas están hechas de paja, madera y/o bambú, y están habitadas por familias de la etnia Akha 100%.
Algunas mujeres mayores tienen una peculiaridad, y es que tienen los dientes de color rojo oscuro de tanto mascar nuez de betel con una planta que provoca efectos alucinógenos a largo plazo.
La madre de la mujer que me invitó a su aldea (la única persona que habla inglés y porque trabajó en Bangkok y Pattaya vendiendo pulseras), es Akha 100% y no sabe hablar thai, de hecho la gran mayoría de personas de la aldea no hablan thai, ni siquiera fueron a la escuela, sólo hablan Akha, un idioma distinto.
Pasan los minutos, yo no dejo de hacer preguntas ni ayudar a la mujer que hablaba inglés para saber más de ellos.
Me invitan incluso a cenar, ¡a las 17:30 de la tarde! Anochece y yo, que quería llegar pronto a mi guest house, sé que llegaré a las tantas…
Me llegan incluso a ofrecer una cama para que me quede a dormir pero, al día siguiente tengo que madrugar para poner rumbo a Laos (mi visa se agotaba) y, agradecido eternamente, me despido de la familia a la que nunca olvidaré por su tremenda hospitalidad.