Me dirijo a Dalat, una ciudad de montaña donde el frío se cuela entre mis huesos al bajar del autobús. El famoso café vietnamita y la manera como lo preparan me enamora, y las mismas plantaciones de café (Vietnam es el mayor exportador de café del mundo) forman junto a la flora, los lagos y cataratas del área un paisaje fascinante.
Un joven local que conozco en la ciudad me lleva con su moto a “Crazy House”, una guest house que a su vez es atracción turística por su estilo arquitectónico, con elementos de Gaudí, Dalí y Disney.
Las surrealistas y originales formas del edificio contrastan con lo poco práctico y económico que supone quedarse a dormir. A pesar de que tiene pocas atracciones turísticas, Dalat me atrapa con sus garras durante una semana.
¿El motivo? A pesar del frío, descubro una tienda de música al lado de mi hostal donde hay un piano excepcional, y por primera vez desde que empecé a viajar, puedo dar rienda suelta a una de mis mayores pasiones, tocar el piano.
Después de unos días en los que una adolescente vietnamita se sienta a mi lado atónita escuchándome tocar y recibir para mi sorpresa algún esporádico flash de la calle, abandono Dalat para ir a uno de los destinos preferidos por turistas y viajeros: la preciosa y trepidante ciudad de Hoi An.
La belleza de la ciudad se nota nada más llegar. El centro, repleto de tiendas de souvenirs, otras tiendas, bares con cerveza barata, y… más tiendas, es muy turístico, y se pueden ver las características linternas de seda de colores de adorno que, por la noche, hacen las delicias de las parejas que quieran dar un paseo en barca por el río y los bonitos canales.
Pero lo más excitante de la ciudad se encuentra en los alrededores, donde con bici alquilada recorro las espectaculares plantaciones de lechuga, arroz o flores, entre otros.
Sorprendentemente, los campesinos locales de esa zona de la ciudad no están acostumbrados al turismo por lo que soy recibido con sonrisas y saludos constantes.
De hecho, una familia me invita a café y a comer en su casa-restaurante al notar mi interés por la cultura vietnamita y que sé decir cuatro cosas en su idioma.
Fascinado por el paisaje y el encanto nocturno cuando se encienden las linternas, me quedo una semana.
Posteriormente me reúno con mi amigo local en Da Nang, su ciudad natal a unos 10km al norte, y me lleva a visitar un gran templo budista en lo alto de una montaña desde donde se ve una de las playas catalogada como de las más bonitas del mundo (no me impresiona y el tiempo no acompaña, así que me la salto).
Curiosamente, mi amigo es cristiano, una religión que descubro que, al contrario que en Europa, está en pleno auge en Vietnam.
Mi próxima parada es Hue, la capital imperial de Vietnam en el periodo 1802–1945 cuando reinó la dinastía Nguyen (como la familia de Hoi An). Actualmente sigue siendo un centro cultural y religioso en el que, desgraciadamente, de la ciudadela sólo quedan unas pocas ruinas, y están en obras. Lejos de fascinarme, me decepciona.
Un programa surcoreano de ayuda para el desarrollo pretende reconstruir totalmente lo que en su día fue la ciudadela imperial, que llevará muchos años, puede que décadas.
Mi pregunta es… ¿es necesario reconstruirla? Dentro del recinto amurallado hay un museo donde exponen una proyección audiovisual en 3D que resulta difícil no emocionarse ni sumergirse en la majestuosidad de lo que fue y lo que cuando acaben las obras volverá a ser: una obra de arquitectura “faraónica”.
¿Se deben reconstruir las ruinas arqueológicas? No es una pregunta de fácil respuesta. Aunque las labores de mantenimiento sí son esenciales, en cuanto a la reconstrucción bajo mi punto de vista es posible que existan otras áreas donde invertir esas enormes cantidades de dinero sea más necesario.
Rumbo al norte: la capital, etnias, campos de té y estafa
Perdida la cuenta de autobuses nocturnos, toca viajar con el enésimo para ahorrar tiempo y noche de hotel. Llego a Hanoi, la capital, a las 3:30 de la mañana, sin nada que hacer y solo.
Me dispongo a caminar por las calles semidesiertas. Semidesiertas porque los vietnamitas son probablemente el pueblo con mayor influencia china y, por tanto, extremadamente trabajadores.
Algunos se levantan a las 4 de la mañana, se toman su Pho, una sopa de fideos, y acto seguido abren su negocio; otros llevan en su moto unos 10-15 cerdos abiertos en canal probablemente a su restaurante o lo que es más sorprendente, las clases dirigidas de aerobic con música a todo trapo que se organizan antes de que salga el sol.
Sin haber prácticamente dormido nada, vagabundeo por las calles hasta que son las 7 y abren la mayoría de negocios y hostales, en el primero que veo abierto, aún siendo uno de los más cutres y antihigiénicos que he estado, me quedo y caigo rendido al sueño, del cual despierto unas 4-5 horas más tarde incapacitándome para hacer nada el resto del día al tener la sensación de “me acaban de pegar una paliza”.
Pero al norte ya venía con una idea muy clara en mente: los campos de té de Sapa y la bahía Halong, por lo que paso de puntillas por Hanoi.
Esta vez toca un cómodo tren-cama nocturno que me deja en la zona montañosa del norte de Vietnam.
En Cat Ba, un pueblo con poco turismo y muy interesante, soy invitado por una joven familia local a cenar en su casa y a un festival semi-turístico en un templo.
Además tiene un mercado tradicional los fines de semana en el que es posible ver a las diferentes etnias de la zona vendiendo sus artesanías y ropajes tribales.
La etnia con mayor importancia es la Hmong, procedentes del sur de China, de peculiares aunque auténticas vestimentas y habilidades vendedoras innatas, o mejor dicho, insistencia prodigiosa.
Después de haberme deshecho de unas cuantas, acabo comprando una bonita bolsa tribal a una mujer después de haber regateado hasta la saciedad, no porque yo quisiera, sino porque ella deseaba venderme algo a toda costa.
Al día siguiente voy a Sapa, un turístico pueblo muy cerca de Cat Ba, a hacer un pequeño trekking que, al ver los precios desorbitados que piden algunas agencias, decido hacer por mi cuenta.
Es una pena que el grupo étnico Hmong sea en sí una atracción turística y en cuanto te ven te piden dinero simplemente por hacerles una foto.
Aún siendo temporada seca, me voy de Sapa contento de ver por mi cuenta cómo viven algunas aldeas tribales, e impresionado por la preciosa estampa de los campos de té junto a los patos, búfalos y cerdos revolcándose por el barro, pero también con la sensación de que la mentalidad de negocios vietnamita ha corrompido el entramado social de la etnia Hmong, que ahora probablemente se ve obligada a pedir limosna, vender y cultivar los campos no para subsistir como hacen la mayoría de tribus sin influencia occidental, sino para cumplir una cuota fijada desde una oficina.
Cuando tengo menos de una semana de visa, la previsión del tiempo anuncia tormentas apocalípticas para toda la semana en la bahía de Halong, uno de los símbolos de Vietnam, por lo que, aún pudiendo arriesgarme, decido buscar una alternativa razonable: los canales de Tam Coc, en la ciudad de Ninh Binh, parecido a Halong pero en tierra firme.
No suelo hacerlo, pero esta vez viajo con un tour organizado desde Hanoi donde la mayoría son europeos y americanos de mediana edad. Tam Coc es espectacular (ver fotos abajo), pero hay algo que me incomoda, y es que nuestro guía, un vietnamita de unos 30 años, se comporta con una actitud chulesca desde primera hora de la mañana.
Las agencias se aprovechan de remeros de los pequeños barcos que nos llevan, no les pagan (algo que descubrimos luego) y nuestro guía les dice que les damos propina sí o sí. Incluso se equivoca continuamente con el recuento de personas y con lo que va incluido en el tour.
Enfadado, a la hora de la comida me pongo con la gente del buffet libre, que es lo que contraté incluso le hice una foto a la lista de lo que iba incluido; pero el guía insiste en que tengo que pagar porque tenía contratada comida “normal”, que no es ni un entrante (en Vietnam, las agencias son conocidas por sus malas prácticas y estafas).
Resignado e indignado, al final accedo a pagar el buffet porque desde la agencia, que hablan por teléfono con el guía, dicen que no entraba.
Al volver a Hanoi, en el que es mi último día en Vietnam antes de volar a Bangkok, me presento en la agencia simplemente para reclamar el importe de la comida por su equivocación ante lo que, aún sin explicármelo, una tensa discusión con el jefe de la agencia acaba en amenazas de muerte.
Sin ganas de problemas con la mafia de las agencias, me largo de ahí con mal cuerpo y con la impotencia de no poder siquiera denunciarlo a la policía por falta de tiempo.
Una pena acabar mi mes en Vietnam con esta anécdota, pero al menos aviso/advierto al que quiera contratar un tour de lo que puede pasar.
Me quedo con los buenos momentos, ¡sin duda!