Reconócelo, tú también tienes esa vena sensible.
Cuando suena esa banda sonora de la película que te gusta, te emocionas.
Yo también soy un amante de las buenas bandas sonoras. El genio del oeste Ennio Morricone, el omnipresente Hans Zimmer o el gran Yann Tiersen han convertido en obras maestras muchas películas para las que compusieron su música.
Y es que una buena banda sonora puede hacer que incluso una película mediocre te encante.
[bctt tweet=»La música es un lenguaje universal por su capacidad de emocionarte, seas de donde seas.»]
Casi todas (por no decir todas) las grandes bandas sonoras tienen algo en común, y es que en ellas aparece el piano como instrumento importante en una o varias canciones.
Desde bien pequeño ese instrumento siempre me había fascinado pero nunca lo comenté, ni entre amigos ni a mi familia, y es que me sentía un «bicho raro» siendo hombre.
Hasta que fui a la universidad y empecé a abrirme un poco a los demás, pero desgraciadamente no podía hablar sobre lo que me hacía sentir lo que escuchaba, sobretodo porque no sabía expresarlo.
Era difícil explicar todas las emociones que me provocaba, así que ahí se quedaba, dentro de mí.
Una vez en casa de un amigo me senté al frente de su piano e intentaba (sin éxito) tocar alguna melodía que recordaba. No tenía ni idea de cómo se tocaba, y mi amigo apenas empezaba.
Hasta que un buen día, muy lejos de casa, todo cambió.
MOMENTO #1: El Descubrimiento y la «causalidad»
Llevaba unos 3 meses estudiando de intercambio en Alemania, y estaba venciendo mi timidez y conociendo a personas de todo el mundo, cuando Marianne, una compañera de clase francesa, me comenta que hay un cine en la facultad y que por la tarde ha quedado con otras personas para ver la película francesa Amélie.
A pesar de ya haberla visto, me uno ya que es una de mis películas y bandas sonoras favoritas.
Después de no entender demasiado (la película era en alemán y aún estaba peleándome con el idioma), Marianne me lleva al Musiches Zentrum de la universidad, que yo ni sabía de su existencia.
Ella estudió piano y asistía allí a tocar regularmente, así que me mostró cómo tocaba la música de la película con maestría.
Obviamente le pedí que me enseñara a tocar. Viéndola parecía fácil, pero nada más lejos de la realidad.
Cuando iba a la escuela aprendí solfeo, pero ya no recordaba cómo se leía una partitura musical, hacía demasiado tiempo de eso.
Además me di cuenta de que los músculos de mis dedos eran muy flojos y me sentía incapaz de tocar más de 2 notas seguidas.
Pero ella me enseñó la postura, cómo colocar los dedos y los movimientos, repitiendo el proceso una y otra vez.
Acabé saturado, el reto estaba bastante por encima de mis habilidades nulas.
Ella se fue después de enseñarme lo básico durante una hora, pero yo me quedé a practicar más.
Finalmente y después de un buen rato, ¡conseguí tocar los primeros compases! Para mí era un gran triunfo haber conseguido tocar unas pocas notas seguidas, pero lo cierto es que quería más.
Había aprendido a tocar en unas pocas horas y ni siquiera había necesitado ir a clases, casualidades de la vida. ¿Casualidad o causalidad?
Momento #2: La Pasión, conectando con las personas
Estaba tan emocionado y excitado por haber tocado los primeros compases de aquella magnífica banda sonora que al día siguiente volví al centro musical a seguir practicando, aprovechando que había 4 pequeñas salas contiguas con 4 pianos y la entrada era libre, algo impensable en España.
Sentía pasión por lo que hacía.
Aunque tenía un conocimiento teórico bastante pobre o nulo, fui poco a poco perfeccionando mis movimientos con el método ensayo-error.
Como cuando te apasiona tanto hacer algo que no puedes dejar de hacerlo por nada del mundo.
Y así fue como, en el segundo día varias personas entraron en la pequeña sala donde estaba, curiosos por saber quién tocaba esa canción.
Me dieron algunos consejos y de paso hablamos durante horas sobre música y sobre la vida.
Era como una terapia, por primera vez estaba expresando las emociones que me provocaba el piano.
Durante varias semanas, iba a tocar cada día antes y después de clases, estaba obsesionado con tocar aquella canción.
Me pasaba muchísimas horas encerrado allí, tocando y tocando, esa y otras canciones (o lo intentaba).
Además conocí a dos personas que actualmente son dos de mis mejores amigos.
Uno de ellos me dio una lección muy valiosa: es mejor empezar lento e ir incrementando poco a poco la dificultad/velocidad.
Un día, después de más de 3 horas seguidas practicando un movimiento complicado, el que empieza en el minuto 1:12 de «La Valse d’Amélie» (vídeo arriba), acabé ejecutándolo junto a la canción entera de forma casi perfecta, y no pude contener mis lágrimas, que cayeron sin cesar durante un buen rato.
Al principio me costó asimilarlo.
Por un lado estaba viviendo el año más especial de mi vida, conociendo personas de culturas muy distintas, conociéndome a mí mismo y descubriendo una gran pasión.
Por otro lado había conseguido tocar una pieza que, al principio, me pareció imposible.
Todo unido a la belleza de la canción me sacudió de arriba a abajo emocionalmente, las lágrimas tenían sentido.
Momento #3: Tocando en Asia, conexión «intercontinental»
Durante mi estancia en Alemania conseguí tocar de oído algunas piezas más del mismo Yann Tiersen o del magnífico Ludovico Einaudi, y al regresar a España me compré un buen piano digital Yamaha con mi primer sueldo para seguir tocando.
El problema por aquél entonces fue que trabajaba más de 40 horas a la semana, y era cuando llegaba a casa de esos momentos en los que no quieres hacer otra cosa que no sea descansar.
Demasiado estrés.
Finalmente decidí apuntarme a clases particulares para aprender bien lectura musical, aprovechando que había cambiado de trabajo y tenía más tiempo para mí.
Sin embargo, cuando unos meses después decidí tomarme un año para viajar no me llevé el piano a cuestas.
¿Te imaginas? Ojalá se pudiera.
A los 4 meses de viaje por el sureste asiático, todavía no había encontrado un solo lugar donde tocar.
Hasta que un día encontré una tienda musical en Dalat, Vietnam, donde había un precioso piano de pared expuesto.
Excitado, entré y pregunté a la dueña si podía tocar, a lo que asintió, ¡ella encantada!
Dalat es una ciudad entre montañas con unos alrededores preciosos, pero lo que me hizo quedarme allí más de una semana no fueron los espectaculares paisajes montañosos o las plantaciones de café.
Me quedé más de una semana allí yendo cada día a tocar el piano de aquella tienda. La dueña sonreía siempre que me veía entrar por la puerta.
El del vídeo soy yo con mi barba de 3 meses:
Lo cierto es que había perdido agilidad y fluidez, además mi repertorio musical es de estilo minimalista y bastante limitado, pero el piano es un instrumento que conecta con mucha facilidad con las personas.
Es un sonido que, si tocas bien, te llega al alma.
Habían personas que me sacaron alguna foto desde fuera de la tienda, otras se unían a mí y tocábamos juntos.
Lo mejor fue que una adolescente vietnamita se sentó a mi lado cada día a escucharme tocar.
Su cara iluminada y sus palabras de agradecimiento a pesar de que no hablaba casi nada de inglés no se me olvidarán nunca.
Bonus: Reflexiones Vitales
- Conócete y no te avergüences de quién eres. Soy un tipo sensible, lo reconozco. ¿Y qué? Antes no era capaz de expresarlo, y si bien me avergonzaba un poco, hoy en día es algo de lo que me enorgullezco y comunico sin problemas. Al fin y al cabo, indica que tienes algo entre pecho y espalda, y es un rasgo que nos hace humanos, ¿no? ¡Viva las personas sensibles!
- La constancia es clave. No recuerdo muy bien el porqué, pero hace muchos años mi madre me dio un papel con un texto a máquina de escribir que guardo y guardaré siempre:
Tenlo muy en cuenta: nada en el mundo sustituye la constancia. El talento no la sustituye, pues nada es tan corriente como los inteligentes frustrados. El genio tampoco, ya que resulta ser tópico el caso de los genios ignorados. Ni siquiera la educación, pues el mundo está lleno de fracasados bien educados. Solamente la constancia y la decisión lo consiguen todo.
Mi madre tenía toda la razón. Fui decidido y con entusiasmo a tocar a aquel centro un rato cada día, y mejoré constantemente hasta que lo conseguí. Siempre puedes mejorar, en todo.
- Hagas lo que hagas, apasiónate y aprende. Cuando empecé a tocar el piano me di cuenta de que tenía pasión por aprender, disfrutaba enormemente del proceso de aprendizaje. Como efecto colateral estaba conociendo a personas maravillosas con la misma pasión que yo. Actualmente también aprendo cosas nuevas viajando o en el mundo del blogging. Mi consejo:
[bctt tweet=»Apasiónate con lo que hagas, es la mejor forma de ser feliz.»]
- La música es un lenguaje universal. Aunque ya lo he mencionado antes, es algo que todos deberíamos entender. Recientemente aprendí a tocar el ukelele y ahora viajo con uno, lo que me permite conectar con los demás esté donde esté. Aprender a tocar un instrumento musical ayuda a tu desarrollo cerebral: tanto de tu hemisferio izquierdo, racional y matemático, como del derecho, creativo y emocional. Exactamente igual que aprender un idioma. ¿A qué esperas?
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Tengo pendiente continuar aprendiendo lectura musical y piano aunque es difícil viajando. Quizá vaya a Cuba para aprender de grandes maestros. Y sí, es posible, ¡nunca es tarde para aprender!
Si te gusta el piano, te recomiendo mis dos compositores favoritos, el ya mencionado Ludovico Einaudi, contemporáneo, y el gran Frédéric Chopin, clásico.
Y tú, ¿tocas el piano, algún otro instrumento o tienes pensado aprender? ¿Qué emociones te transmite al escuchar o al tocar? Puedes dejarme un comentario explicándolo 🙂
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Fotografía: Tatyana A.