Era el último año de carrera, 21 años, a punto de graduarme y apenas tenía experiencia laboral, así que decido utilizar la bolsa de trabajo de mi universidad para encontrar unas prácticas en marketing.
A pesar de ser 2011, un año de plena crisis, logro entrevistas en unas 15 empresas distintas, pero después de tantos rechazos acabo emocionalmente tocado, con la autoestima por los suelos.
No llevaba una vida demasiado excitante. Tímido, sin trabajo ni novia, había hecho mis pinitos en los deportes, destacando hasta los 18 años, pero las lesiones me iban apartando poco a poco de lo que por aquel entonces daba sentido a mi vida, el deporte.
Más allá de eso, no había hecho nada de lo que me sintiera orgulloso. Tampoco tenía claro que encontrar trabajo me solucionaría la vida, o me devolvería la felicidad. “Necesito algo” pensé, “pero no sé qué…”
Estudiar fuera, una idea descabellada
Mi hermano me habló de la posibilidad de pasar un año de intercambio en el extranjero con una de las becas Erasmus que ofrecía la universidad. Teniendo un nivel paupérrimo de inglés, sonaba a utopía. No obstante, decido darle una oportunidad a la descabellada idea de mi hermano, que me anima durante todo el proceso.
Si me concedían la beca, mi objetivo era aprender inglés para tener más facilidad a la hora de encontrar trabajo. Sin embargo, todas las universidades de países anglosajones piden un nivel estratosférico para mí, lo que me hace descartarlas inmediatamente.
Mi gusto musical por la banda de metal Rammstein provoca que me interese por Alemania aún sin hablar una palabra de alemán. Sólo piden un requisito: inglés intermedio-bajo, y al ser un país donde se habla (además del alemán) bastante bien el inglés, pienso que es una buena oportunidad para aprender dos lenguas, así que decido solicitar la beca.
Sorprendentemente, me la conceden. Mi destino es la ciudad de Bochum, desconocida hasta para algunos alemanes, pero según internet con ambiente estudiantil y ubicada en una región interesante culturalmente.
Además encuentro trabajo en una tienda deportiva. Una chispa se vuelve a encender en mi vida, me siento nuevamente con ilusión aunque no sé muy bien lo que me espera.
Un año lleno de emociones, lleno de vida
Para poder irme debo repetir curso así que suspendo dos exámenes a propósito. Pasado el verano hago las maletas, me despido de mi familia, amigos y trabajo y pongo rumbo a tierras otomanas con mucha incertidumbre.
Por suerte, contacto a través de un foro con un chico español que me ayuda el primer día: me presenta su compañero de piso y otros españoles. A partir de ahí debo seguir el camino por mi cuenta.
Probablemente estés pensando “todo el día de fiesta bebiendo cerveza, ¿eh?. ”Orgasmus” lo llaman algunos. Sí, hay parte de razón en ello. Se celebran fiestas salvajes de película americana casi cada día.
Asisto a clases, otras actividades, consigo trabajo de camarero y participo en algunas fiestas, y en pocas semanas me doy cuenta de que estoy perdiendo la timidez, me estoy soltando con el inglés y estoy conociendo personas de Brasil, Corea del Sur y Estados Unidos, entre otros países.
Durante el curso aprovecho no sólo esos contactos, con los que mejoro mi inglés de muy deficiente a aceptable, sino que también conozco a alemanes dentro y fuera de la universidad y aprendo algo de alemán. Además descubro que me apasiona la naturaleza y aprendo a tocar el piano, convirtiéndose en otra de mis pasiones.
A eso hay que añadir que por primera vez en mi vida me enamoro perdidamente y como efecto colateral voy aprendiendo otro idioma: el italiano. Visitando media Europa, pasando los mejores meses de mi vida y establecido con un grupo de amigos me siento mejor que nunca, me siento LIBRE. Sin embargo llega el temido momento, llega el fin.
Bajar de la nube, síndrome post-Erasmus
Obligado a mantener una relación a distancia y a afrontar la vuelta a Barcelona a casa de mis padres, sigo con la ilusión más o menos intacta. Apenas necesito unas semanas para encontrar trabajo (algo casi utópico en España) en una empresa “rent a car” alemana gracias a que he aprendido alemán, y tengo planes de reencontrarme con mi novia.
No tardo en darme cuenta de que en el trabajo hay una competitividad feroz y, a pesar de ser ya delgado, el stress me hace perder 7kg en 6 meses, el tiempo que duro antes de que me despidan. Además, a pesar de vernos una vez al mes, mi novia me deja unas semanas antes, no teníamos planes comunes de futuro.
La experiencia en Alemania me enseñó dos lecciones muy valiosas. Tenía motivos para sentirme hundido, pero me sentí liberado. Por un lado aprendí que no hay que aferrarse al pasado, lo que pasó no se puede cambiar. Mi novia y aquel año fueron experiencias maravillosas pero debía dejarlas ir.
Por otro lado me recordó que tengo una gran determinación: aprendí a tocar el piano de oído sin estudiar a base de constancia, yendo cada día a tocar, sin dar con la tecla una y mil veces; y empecé a hablar fluido inglés, alemán e italiano también equivocándome una y otra vez hasta aprender.
Nuevo trabajo y un potente virus
Gracias a los idiomas nuevamente encuentro trabajo fácilmente, esta vez más tranquilo, “controller” en un distribuidor internacional de tecnología, 8 horas sentado en una silla frente a dos pantallas. Con la comodidad de un buen salario decido apuntarme a un gimnasio, y al cabo de unos meses voy madurando la idea de volver a Alemania para estudiar un master o independizarme y así ganar libertad. ¿O no?
Me notaba diferente. Desde que volví de Alemania sentía que no encajaba en el engranaje, incomprendido por familia y amigos, como si algo fallara. Un germen se instaló en mí y no me había dado cuenta hasta entonces. No me gustaba a dónde me dirigía, no estaba dispuesto a vender los mejores años de mi juventud a una oficina 8 horas al día.
En dos periodos de vacaciones me voy de mochilero con un amigo a Grecia y con mi hermano al País Vasco, y conozco algunos viajeros, una especie desconocida para mí, que acaban de hacer crecer el germen que se hallaba en mí convirtiéndose en virus.
Mi espíritu pedía, sin saber muy bien porqué, irse una temporada, necesitaba explorar nuevos horizontes, otras alternativas al camino establecido por la sociedad.
Dejo mi trabajo y con mis ahorros me voy de viaje por el sudeste asiático para aclarar ese dilema interno con mi espíritu, y de paso cumplir uno de mis grandes sueños, viajar por el mundo.
Casi un año después, siento que es la mejor decisión que pude tomar, siendo un aprendizaje de valor incalculable.
El resto, aún no está escrito…
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¿Y tú? ¿Te has ido de viaje y te ha marcado, o estás deseando irte? ¡Cuéntamelo en los comentarios!
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Fotograría: Olga Pepe