Después de Bangkok, Kanchanaburi y un breve paso por la ciudad que albergaba el antiguo reino de Ayutthaya, puse rumbo al norte de Tailandia.
Mi próxima parada era Chiang Mai, y aunque había formas más económicas de hacerlo finalmente me decanté por el tren-cama, así ahorraba una noche de hostal, y por suerte dormí como un tronco hasta llegar a mi destino.
Una vez allí pude disfrutar de sus innumerables templos (es enfermizo la cantidad que hay en Tailandia), de una de sus montañas sagradas, Doi Suthep, de los mercados, de su relajado ambiente y de la actividad que más me gustó con diferencia, el trekking de tres días por una reserva natural del sur de Chiang Mai.
El primer día de trekking empezó con un paseo en elefante que aunque fue entretenido, no lo acabé de disfrutar porque sé que el elefante sufre con tanto peso encima (tres personas y el soporte de madera).
Después del paseo nos tocaban 3-4 horas de camino parando a descansar en una cascada, hasta llegar a nuestro primer alojamiento: la casa de nuestro guía en su aldea, que disponía de colchones de madera y mosquiteras.
Aún y así, la primera noche fue divertida, ya que preparamos la cena entre todos y recibimos la visita de los niños de la escuela de la aldea, que cantaron durante un rato para recaudar dinero para su escuela (al principio pensé mal, pero con esas caras de felicidad no se puede ser rancio).
Después de eso, sobre las 8 de la tarde nuestro guía se puso a tocar la guitarra un rato, y cuando él y su familia se fueron a dormir, los pocos que quedábamos despiertos nos tumbamos en una superficie de madera de la casa a observar las estrellas aprovechando la altitud de la montaña, y a contar historias.
En ese momento te das cuenta de que vivir sin electricidad ni internet como ellos hacen es posible, y es que nada de eso es fundamental, y además en este caso hizo la experiencia auténtica y enriquecedora.
Segundo y tercer día de trekking, empieza lo salvaje
El segundo día empezó muy pronto, despertándonos casi todos por el intenso frío montés matutino. Nos esperaba una larga caminata por algunas zonas con puentes hechos de bambú… cuanto menos frágiles.
Cruzamos dichos puentes titubeando, sabiendo que dando un mal paso caíamos al río o monte abajo, pero con la confianza de nuestro guía, que se dedicó los tres días aparte de guiarnos, a fabricar todo tipo de artilugios con cañas de bambú: tenedores, cuchillos, palillos para comer e incluso tirachinas que él mismo utilizaba para cazar pájaros o ardillas del bosque… en definitiva, todo un experto del mundo nómada!
En cuanto llegamos a la cabaña donde íbamos a dormir ese segundo día nos dimos cuenta de que la cosa se ponía aún más salvaje: nuestro guía puso unas trampas para ratones y preparó un postre hecho de arroz violeta y leche de coco en cañas de bambú típico de la zona, además también podíamos degustar insectos, ratones y ranas recién cazados por él y otro nómada a la brasa… Alucinante.
Ya cenados y con nuestros guías acostados cerca de las brasas a las 9 de la noche, en un paseo por la jungla de 4 personas del grupo del trekking, un zumbido estridente nos llevó a la paranoia pensando que teníamos una serpiente cerca nuestro, aunque nunca llegamos a ver qué era, probablemente era un simple grillo pero de proporciones bíblicas.
No sólo eso, sino que debajo de nuestra cabaña había un pequeño río en el que habrían no decenas, sino cientos de ranas que por la noche dieron un majestuoso concierto.
Ya en el tercer y último día del trekking fue bastante suave en cuanto a caminata pero acabó con un trayecto de una hora con “kayak” hecho de bambú por el río en el que en algún que otro momento temimos que se fuera a romper pero fue muy entretenido!
Y acabó el trekking… el primero que hago en mi vida pero desde luego más auténtico imposible, una experiencia extraordinaria!