Sí, es la pregunta del millón.
Aunque nunca quise abordar esta pregunta porque la respuesta es subjetiva, no deja de ser un tema interesante.
¿O no?
De hecho, me atrevo a decir que nadie sabe ni qué es la felicidad ni cómo ser feliz a largo plazo.
A lo largo de la vida siempre surgen conflictos que, aunque puedan ser duros, nos traen aprendizajes.
De hecho, el artículo que vas a leer va por esa línea.
Alejandro Rodríguez es psicólogo, coach y músico. En este artículo vas a descubrir las 3 barreras que te separan de la felicidad y cómo superarlas.
Interesante, ¿no? Ya verás como no tiene desperdicio lo que cuenta.
¡Adelante Álex!
¿Te has preguntado alguna vez cuál es el sentido de la vida?
Hay muchas posibles respuestas a esta pregunta, y ninguna definitiva, pero una que se ha repetido continuamente a lo largo de la historia es que nuestra meta es ser felices.
Desde Aristóteles hasta la moderna psicología científica, muchos grandes pensadores han estado de acuerdo en que todo lo que hacemos está destinado a evitar el dolor y buscar el placer:
- Las decisiones que tomamos momento a momento
- Nuestros planes
- Nuestra forma de actuar
Pensamos, de manera consciente o inconsciente, que todo lo que hacemos nos van a traer más felicidad a largo plazo.
El problema es que la mayoría no sabe muy bien qué es la felicidad ni cómo conseguirla.
No sé a ti, pero cuando yo iba al colegio me enseñaron a resolver ecuaciones, a analizar oraciones sintácticamente…
Pero ni rastro de asignaturas sobre felicidad, inteligencia emocional o temas similares.
Durante mi infancia y adolescencia, se me daban genial todas las asignaturas que tenía que estudiar, pero era un «paquete» en temas emocionales y sociales.
Era incapaz de relacionarme con los demás, porque me importaba tanto ganarme su aprobación que con sólo pensar en hacer algo mal me entraba el pánico.
Además, pensaba que el resto de mis compañeros estaban juzgándome todo el tiempo, por lo que acabé aislándome completamente de los demás.
Por otra parte…
No sabía lo que me hacía feliz
Como no confiaba en mí mismo, hacía todo lo que me decían mis padres y profesores, siendo siempre un «niño modelo» hasta bien entrada la adolescencia.
Y durante todo este tiempo, nunca me paré a pensar si la vida que llevaba era la que quería.
Según pasaban los años, cada vez estaba más triste, más obeso, y más frustrado socialmente.
Por suerte, el último año de instituto ocurrió algo que me cambió la vida: me «enamoré» locamente de una chica, y al reunir el valor de declararme, ella me rechazó.
Ahora puedo reírme de lo inocente que era, pero en aquel momento pensé que mi mundo se iba a acabar.
Cuando pasó el shock inicial me hice una promesa: iba a cambiar, costase lo que costase.
En menos de un año mi vida dio un vuelco: perdí 20 kilos, empecé a estudiar habilidades sociales, me eché mi primera novia, conocí a muchísima gente, perdí el miedo a los demás practicando ilusionismo, e hice un montón de amigos nuevos.
Me obsesioné hasta tal punto con mejorar, que a pesar de que siempre había pensado que quería estudiar Física, acabé entrando en la carrera de Psicología.
Sin embargo, durante todos estos años el camino hacia la felicidad no ha sido recto en absoluto.
He cometido muchos fallos, y he descubierto que hay algunos que se repiten constantemente, tanto en mi propia vida como en la de los demás.
En concreto, hay dos errores que cometemos la mayoría de las personas cuando intentamos conseguir la felicidad:
- Te dedicas a buscarla en cosas externas: un viaje, una casa más grande, una pareja más atractiva o un empleo más cómodo y mejor pagado. O puede que hayas decidido que el camino que marca la sociedad no es para ti y la busques en una vida más libre, en salirte de lo establecido y perseguir tus sueños. Es decir, sacrificas el momento presente para tener una vida mejor en el futuro.
- También puedes hacer lo contrario: centrarte en disfrutar el momento sin preocuparte por las consecuencias. Es el famoso “carpe diem”, o como dicen en la película Llamad a cualquier puerta, “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”.
El problema de ambas estrategias es que no suelen ser sostenibles a largo plazo.
Tanto si sacrificas el presente esforzándote para alcanzar metas en el futuro, como si decides dedicarte sólo a disfrutar, es probable que no acabes encontrando una felicidad real y duradera.
Entonces, ¿qué podemos hacer? En este artículo te quiero presentar varias ideas, extraídas tanto de mi propia vida como de las últimas investigaciones sobre el tema.
¿Preparado? ¡Vamos a ello!
Qué es realmente la felicidad
¿Te has parado alguna vez a pensar qué es lo que te hace feliz o infeliz?
La mayoría de la gente suele creer que su estado de ánimo depende de lo que le ocurre.
Asociamos cosas como un aumento de sueldo, una nueva pareja o un aumento de nuestra libertad a mayor felicidad, y una enfermedad, un divorcio o que nos despidan, a menos.
Sin embargo, en las últimas décadas los investigadores se han dado cuenta de que la felicidad poco tiene que ver con las circunstancias.
Aunque cualquiera de las situaciones de más arriba tiene obviamente un impacto sobre cómo nos sentimos, la realidad es que éste no suele durar mucho.
Debido a un fenómeno conocido como adaptación hedónica, las personas somos capaces de acostumbrarnos a casi todo de forma bastante rápida. Especialmente, a las cosas buenas, pero a las más desagradables también.
Si alguna vez has tenido una ruptura de las dolorosas, sabrás lo devastadora que puede llegar a ser esta situación.
Parece que el mundo se acaba, y que no serás capaz de vivir sin la otra persona. Pero lo cierto es que, al cabo de unos meses, el dolor se acaba difuminando, y vuelves a encontrar motivos para estar bien.
Y al contrario, cuando empezamos a salir con alguien nuevo parece que todo es de color de rosa y que por fin hemos encontrado la llave para ser felices…
Pero al cabo de cierto tiempo la vida vuelve a su curso normal y nos sentimos más o menos igual que antes de empezar esa relación.
En mi opinión, la felicidad no es un estado al que podamos llegar.
Nunca vas a decir: «hala, ya soy feliz, ¡a tomar daiquiris en la playa!». Al contrario, creo que la felicidad es un camino y una forma de ver el mundo, independientemente de las situaciones que vivas.
Como decía Marco Aurelio, ‘La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos’.
Aunque esta idea tenga más de 2000 años, parece que encierra gran parte de verdad.
Según los últimos estudios, la felicidad está influenciada por:
- Las circunstancias (lo que nos pasa) → Sólo en un 10%. Ocurra lo que ocurra en nuestra vida, acabamos volviendo a sentirnos más o menos igual.
- Nuestra genética → Aproximadamente un 50%. En estudios con gemelos separados al nacer, se vio que, a pesar de todas las diferencias en su vida, eran más o menos igual de felices. Por lo visto, nuestro nivel de felicidad viene “de serie” en gran medida.
- Cómo actuamos frente a lo que ocurre → Aquí viene la buena noticia. Aunque gran parte de nuestra felicidad ya venga determinada por nuestra genética, un 40% tiene que ver con nuestra actitud ante la vida, nuestros pensamientos y nuestra forma de comportarnos ante todo tipo de situaciones.
Por lo tanto, si quieres ser todo lo feliz que puedes ser, es mucho más importante que te centres en cambiar tu forma de pensar que en tus circunstancias.
Por supuesto, mejorar es fundamental para vivir una vida con sentido, pero en mi opinión ningún cambio de vida va a ayudarte a ser más feliz si antes no has aprendido a pensar de forma potenciadora.
Ahora quiero contarte tres de las formas de pensar que más nos limitan a la hora de sentirnos bien, y qué puedes hacer para contrarrestarlas.
3 formas de ver el mundo que pueden estar limitándote
Todos tenemos ideas “irracionales”, formas de ver el mundo que nos dificultan ser felices y que hacen que no lleguemos a desarrollarnos todo lo que podemos.
Aunque cada persona tiene unas distintas, hay algunas que compartimos casi todos. Yo voy a hablarte de tres de ellas:
- Centrarse demasiado en lo que no se tiene.
- Compararse con lo que “debería ser”
- Sentirse mal por experimentar emociones negativas.
Veamos cada una de ellas:
1. Centrarse en lo que no se tiene
Casi toda la industria del desarrollo personal nos enseña que tenemos que ser más, conseguir más, tener más: éxito, dinero, relaciones…
Y aunque no es malo querer mejorar, obsesionarte con esto te va a hacer infeliz a largo plazo.
Porque si lo piensas un poco, al centrarte sólo en lo que quieres conseguir, le estás mandando a tu cerebro la señal de que ahora mismo no tienes lo que te hace falta para ser feliz.
Además, también le dices que sólo cuando consigas tus metas podrás empezar a sentirte bien.
Como dice Mark Manson en su libro “The Subtle Art of Not Giving a F*ck”, centrarte en lo que no tienes es, en sí mismo, una experiencia desagradable.
El problema es que, como hemos visto antes, las circunstancias apenas influyen un 10% en tu felicidad.
Por mucho que creas que conseguir ganar un millón de euros o dar la vuelta al mundo son cosas que van a hacerte feliz, la realidad es que si no tienes la mentalidad adecuada, no lo harán.
Te pongo un ejemplo personal.
Como te contaba al principio del post, una de mis mayores fuentes de frustración eran las relaciones sociales.
Por eso, cuando empecé a cambiar estaba convencido de que tener pareja era la clave de mi felicidad. Me obsesioné con volverme más atractivo, hablé con muchísimas chicas, y al final conocí a la que fue mi novia durante tres años.
Aunque, sorprendido, echarme novia no me hizo alcanzar la felicidad.
De hecho, al quedarme sin el «objetivo» que había estado persiguiendo durante tanto tiempo, empecé a sentirme mucho peor.
Y es que ninguna circunstancia externa puede hacer que te sientas mejor a largo plazo. Como enseña la psicología cognitiva, en este momento ya tienes todo lo que necesitas para ser feliz.
Para convencerte a nivel profundo de este idea, una de las herramientas más poderosas que enseña la psicología es el debate racional.
La idea es que, cuando te pilles pensando que necesitas algo para sentirte bien, te rebatas a ti mismo mentalmente hasta que notes cómo cambia tu estado de ánimo.
Por ejemplo, si tú también piensas que necesitas una pareja para estar bien, podrías hacerlo de las siguientes maneras:
- Pensando en alguien que no tenga pareja y sea feliz. Hay muchísimos solteros que viven su vida con abundancia y pasión. Y si ellos pueden, ¿por qué tú no?
- Recordando algún momento de tu vida en el que no hayas tenido pareja y hayas estado bien. ¿Qué diferencia hay entre ese momento y ahora?
- Imaginando alguna situación en la que no tuvieses pareja pero fueses feliz. Si estuvieses viviendo la vida de tus sueños, ¿te sentirías igual de mal por estar soltero?
Al principio practicar estos ejercicios cuesta, pero si perseveras notarás un cambio en tu forma de ver las cosas.
Eso sí: no se trata de simple pensamiento positivo, sino que tienes que convencerte a nivel profundo de que es cierto.
Por cierto, en el tema del amor (por extraño que pueda parecer) convencerte a nivel profundo de que no necesitas a otra persona para estar bien hará que seas mucho más feliz en tus relaciones.
Así que antes de buscar una pareja, te recomiendo que aprendas a estar bien en soledad.
2. Compararse con lo que “debería ser”
Uno de los mayores avances de la sociedad moderna es que todos vivimos conectados.
Internet ha permitido que las ideas fluyan a toda velocidad, y que tengamos acceso a muchas más información de la que podemos procesar.
Pero esta abundancia de ideas tiene una parte peligrosa. Al haber tantísima información disponible, sólo lo más impactante llega hasta nosotros.
¿Alguna vez te has preguntado por qué las noticias siempre están llenas de catástrofes, asesinatos espantosos y demás?
Una de las razones es que solamente los sucesos extraordinarios llaman nuestra atención.
El problema de esto es que por definición, lo extraordinario es poco habitual.
De todas formas, estamos constantemente bombardeados por:
- Historias de niños prodigio
- Adolescentes que ganan millones antes de acabar el instituto
- Gente más en forma de lo que parece humanamente posible
Y automáticamente nos creemos que eso es lo normal y que de alguna forma, si no somos capaces de lograrlo nosotros también es porque somos “defectuosos”.
Nos han hecho creer que todos somos especiales, que estamos destinados a grandes cosas.
Aunque es cierto que tenemos un potencial inmenso dentro de nosotros, la realidad es que no es tan fácil llegar a tener:
- Dinero
- Fama
- Un físico fabuloso
- Una pareja extraordinaria
- Tiempo libre para salvar el mundo los domingos por la mañana
Todas estas cosas son posibles, pero cuesta mucho esfuerzo conseguirlas.
De hecho, conseguirlas no es lo que nos hará felices, al menos a la mayoría de nosotros.
Lo que nos enseñan en la televisión y las redes sociales es el resultado final, pero no sabemos nada del camino que esas personas han tenido que seguir, ni lo que han tenido que sacrificar ni hacer.
Todas las personas de éxito han tenido que tomar decisiones difíciles en algún momento de su vida, y si estuviesen en su misma situación, la mayoría no elegirían lo mismo que ellos.
Entonces, aunque centrarte en lo que quieres conseguir puede ayudarte a ser más feliz, más importante es preguntarte qué estás dispuesto a hacer para conseguirlo.
A todos nos encantaría saber tocar el piano de maravilla pero, ¿estás dispuesto a pasarte horas y horas practicando las mismas obras en lugar de salir por ahí?
O si quieres tener un negocio que te permita tener libertad, ¿serás capaz de cambiar los viernes de cervezas con tus amigos por interminables noches trabajando en él?
Que conste que esto no es una defensa del “no pain, no gain”.
Lo que quiero decir es que no sólo la meta es importante: para conseguir algo realmente grande, es fundamental que aprendas a disfrutar del camino, y a priorizar lo que es realmente importante para ti.
Y que entiendas que a veces lo que queremos llega cuando dejamos de presionarnos para conseguirlo.
En mi caso, desde pequeño siempre he amado la música.
Soñaba con ser una estrella del rock. Me imaginaba a mí mismo en lo alto de un escenario con mi guitarra, cantando y conmoviendo a un público enorme con mis canciones.
Tenía la imagen clarísima en mi mente, y siempre pensé que ese era mi “destino”.
Pero según iba haciéndome mayor, cada vez le prestaba menos atención a la música.
Creía que si no “llegaba a ninguna parte”, no merecía la pena tener un grupo, ni ensayar, ni componer canciones nuevas.
Y durante un par de años he estado muy alejado de la música por este motivo: me sentía un “perdedor” por no ser famoso.
Al final, me he dado cuenta de que lo más importante es disfrutar con lo que estoy haciendo.
¿Que nunca llego a ser una estrella del rock?
No tiene importancia, porque ahora cuando ensayo con mi grupo o practico canciones nuevas, soy capaz de disfrutarlo independientemente de lo que pase en el futuro.
Hay cosas que valoro más que la fama: la libertad, la amistad, aportar algo al mundo…
Y como veíamos en el punto anterior, realmente ser o no una estrella del rock no va a tener un gran impacto sobre mi felicidad.
La mejor forma de evitar sobrepresionarte con tus metas es conocer tus valores y vivir de acuerdo a ellos.
Mientras que una meta es algo que podemos (o no) alcanzar, tus valores te irán marcando cada paso del camino hacia ellas.
Así que pregúntate: ¿Qué es realmente importante para ti?
¿Qué estarías dispuesto a hacer todos los días?
Si supieras que no puedes fallar en nada que te propongas, ¿cómo vivirías tu vida?
3. Sentirse mal por experimentar emociones negativas
Este último punto está muy relacionado con los dos anteriores.
Además de enseñarnos que todos tenemos que ser personas de “éxito” y cambiar el mundo, también nos han dicho que hay emociones que no deberíamos sentir.
Parece que si sientes ira, tristeza, pereza o miedo es que hay algo mal dentro de ti y tienes que cambiarlo.
Pero la realidad es que todas nuestras emociones están ahí por un motivo.
Mientras que las “positivas” (alegría, amor, curiosidad) nos acercan hacia algo beneficioso para nosotros o nos recompensan por hacer las cosas bien, las emociones negativas nos están indicando que algo anda mal en nuestra vida.
Si fuésemos capaces de escuchar a nuestras emociones, nos daríamos cuenta de las cosas que nuestra mente cree que tenemos que cambiar, y aprender de ellas.
Quizás la tristeza tras una pérdida pueda enseñarnos a ser más compasivos o a estar más conectados con los que nos importan. O el estrés puede estar diciéndonos que necesitamos un cambio de vida o de mentalidad.
Por ejemplo, en mi caso tener un trastorno de ansiedad muy fuerte fue lo que me llevó a descubrir la meditación, la relajación, la psicología cognitiva…
Aunque jamás diría que tener un problema de este tipo es algo bueno, lo cierto es que todo lo que ha ocurrido en mi vida a raíz de este trastorno ha sido tan positivo, que si volviera atrás no lo cambiaría. Lo cierto es que si no lo hubiese pasado tan mal, no sería quien soy ahora mismo.
Por desgracia, no solemos escuchar lo que nuestras emociones quieren decirnos. Cuando nos sentimos mal, buscamos distraernos, luchamos contra lo que estamos experimentando…
Eso sólo hace que la situación empeore:
- Nos estresamos porque estamos estresados
- Nos torturamos por estar tristes
- Creemos que hay algo malo dentro de nosotros porque no podemos controlar nuestro enfado
Cada una de estas emociones, como no escuchamos su mensaje, aumenta de intensidad.
Al igual que el dolor físico es imprescindible para nuestra supervivencia, el dolor emocional también lo es.
Sin él, no aprenderíamos, y nos quedaríamos estancados siempre con los mismos problemas.
Así que en lugar de pensar que hay algo mal en ti por sentir emociones negativas, tómatelas como lo que son: una señal de que eres un ser humano normal y sano.
Aún así, es cierto que a veces las emociones negativas se descontrolan y nos dificultan nuestra vida normal.
¿Qué podemos hacer para prevenir esto, o para solucionarlo? Aquí te dejo tres ideas que pueden ayudarte:
- Acepta lo que estás sintiendo
- Baja la intensidad de lo que estás sintiendo
- Pregúntate qué necesitas aprender de lo que sientes
En la primera idea, todo lo que se resiste en la mente se hace más fuerte, así que si quieres que tu estado de ánimo mejore, ¿por qué no intentar todo lo contrario? La idea es que seas capaz de observar tus emociones como si estuvieses mirando las nubes: con curiosidad, pero sin “engancharte” a ellas.
Esto puede ayudarte a darte cuenta de que hay una parte de ti que está “por encima” de tus emociones y pensamientos.
En terapia de aceptación y compromiso, esta parte se llama “el observador”, y ponernos en contacto con ella es una de las claves para vivir una vida más feliz.
En la segunda idea que te propongo, si ves que tus emociones son demasiado intensas puede que tengas que calmarlas un poco usando ejercicios de relajación antes de poder hacer nada más.
Finalmente la 3ª idea: una vez que la intensidad de la emoción ha disminuido hasta niveles aceptables, el último paso es escucharla.
¿Qué te está indicando esta emoción? ¿En qué puede ayudarte? Si consigues dejar de verla como un enemigo y la entiendes como una señal de tu mente, la presión de sentirte bien a todas horas disminuirá considerablemente.
Espero que hayas aprendido algo útil sobre la felicidad y cómo puedes mejorar tu estado de ánimo en tu día a día.